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El aliado más importante del cuidador: el médico de cabecera

Glamaris Valentín Cameron
migentegrande.com

La primera vez que escuché “médico de cabecera” pensé en el lenguaje que se utiliza en las telenovelas. En mi mente, la descripción sugería un doctor que va por encima del resto de los seres humanos.

Como cuidadora de mis padres he comprobado la importancia del médico de cabecera y la necesidad de seleccionar a al profesional de la salud adecuadamente. Es de las pocas relaciones profesionales que nuestros padres mantienen casi de por vida y en la que tenemos que intervenir los cónyuges, hijos y nietos. Yo he tenido experiencias buenas y grandes lecciones. En la etapa natural de vejez de nuestros padres, el médico de cabecera se convierte en el guía de salud y bienestar para la familia.

El primer contacto

¿Qué vino primero, el huevo o la gallina? En cuanto nuestra salud,  primero llega la enfermedad y luego el médico de cabecera. Por lo general el ser humano va por la vida despreocupado por la salud hasta que en la edad madura enfrenta el primer susto. Una visita a la sala de emergencias comprueba niveles altos de glucosa o presión alta y comienza la necesidad de visitar un médico a menudo. Los saltos de oficina en oficina y las grandes  cantidades de medicamentos obligan a la familia a suplicar por “un solo médico que maneje todo”. Así llegamos al médico de cabecera.

Cambios inesperados

Mi padre seleccionó un médico de cabecera fabuloso. El internista compartía oficina con su esposa neuróloga, ambos con excelentes credenciales y respetados por la comunidad médica. Bastaba decir “este estudio lo pide el Dr. López” para acelerar cualquier procedimiento. Nuestras rutinas médicas de papi eran perfectas.

Mi  padre comenzó a tener problemas con el corazón y su cardiólogo lo observaba con detenimiento hasta el momento que fue necesaria una operación de corazón abierto.  Mi padre y su cardiólogo venían discutiendo la posibilidad de operación durante casi un año y cuando llegó el momento cada elemento estaba en su sitio.  Lo que nos tomó por sorpresa fue que el médico de cabecera perfecto decidió dejar la práctica de su oficina para dedicarse a trabajar directamente con el hospital. Nos dijeron  que el hospital nos asignaría otro internista, nosotros pensábamos que jamás sería igual que López. 

La operación de corazón abierto de papi fue un éxito (algún día les contaré). Los procedimientos fluyeron tan bien que apenas vimos al médico internista. Su cardiólogo y el cirujano manejaron cada detalle y nos dieron de alta rápidamente. Dos semanas después, luego de una cita de seguimiento con el cardiólogo, mi padre se contagió con influenza.  Llegamos una noche a sala de emergencias recordando las instrucciones del cardiólogo “Si tu papá se pone malo, llegas gritando que es operado de corazón abierto”.

Esa madrugada conocimos verdaderamente a nuestro médico de cabecera. Luego de explicar que papi estaba recién operado de corazón abierto, el personal de emergencias llamó al médico de cabecera y a las 5 en punto de la madrugada estaba a nuestro lado. Allí el Dr. dictó órdenes precisas y papi quedó hospitalizado, batallando con una peligrosa influenza.  Esta fue la primera de dos hospitalizaciones (la segunda fue por gastritis) en la que el nuevo médico de cabecera nos impresionó.

Lo que le agradeceremos

El nuevo internista mantiene una gran cantidad de pacientes bajo su cuidado, sin embargo es sumamente puntual para visitar a los que están hospitalizados. Durante las dos hospitalizaciones de papi,  yo llegaba a las 4:50 a.m. al hospital y a las 5:00 a.m. llegaba el médico. Unos minutos después conversaba conmigo, sin prisa. Yo tenía tiempo para compartir las instrucciones con mi familia y llegar a mi nuevo empleo a tiempo y con la tranquilidad de saber cada detalle de la condición de mi padre.

La satisfacción que sentí durante esos meses nos llevó a desarrollar una relación de confianza en la que el médico de cabecera se convirtió en nuestro educador. Con una paciencia infinita nos explicaba la importancia de entregarle cada estudio y documento que requería el plan médico. Buscaba opciones alternativas o no invasivas a condiciones de salud que no representaran gravedad. Nos complacía que el médico de cabecera limitara los medicamentos a lo estrictamente necesario y que inspirara a mis padres a disfrutar una vida activa y productiva. Y así fue por casi una década. Conmigo como cuidadora siempre fue directo y sin filtros. Me abrió los ojos ante la realidad de que mi viejo se acercaba al ocaso de su vida y que yo necesitaba organizar sus deseos de no resucitación, entre otros detalles legales. Además, me advirtió de la posibilidad de las demencias en los adultos mayores. Digamos que sin el médico de cabecera yo no podría escribir estas líneas, y hoy no existiría el portal migentegrande.com.

Nuevos síntomas, otra generación

En una semana mi padre comenzó a mostrar síntomas extraños como falta de movilidad en el torso, inflamación, pérdida de peso  y desorientación. Esta vez nuestro médico de cabecera no pudo darnos un diagnóstico y claramente nos dijo “no los puedo ayudar”.  Comenzamos la desesperada búsqueda de un diagnóstico que nos llevó a más de 10 médicos y al hospital de la Administración  de Veteranos en San Juan.  Allí nos asignaron un nuevo médico de cabecera y por primera vez conocí a una geriatra. Desde ya les digo que si su adulto mayor deja de ser independiente o si su salud se agrava,  lo mejor es contar con un geriatra cómo médico de cabecera. 

La geriatra nos sugirió un diagnóstico de Párkinson, que comenzó a abrirnos puertas y a mejorar su estilo de vida. Fue ella la que nos explicó la importancia de un fisiatra y terapias físicas para fortalecer un cuerpo que desmejoraba rápidamente. Incluso nos enseñó  como debíamos sentar a papi en el auto, “pequeño” detalle que salvó mi espalda baja. Lo curioso es que su madre y su abuela sufrían de Párkinson y ella conocía con detalle las dudas más frecuentes. Los consejos de la joven geriatra fueron un bálsamo para mi madre como cuidadora del amor de su vida. Mami se sentía identificada con la dulzura que la geriatra hablaba de sus adultos mayores. Incluso, al llegar a cada cita, papi siempre le preguntaba a la geriatra por la salud de su mamá. Un paciente preguntando por otro qué jamás había conocido.

En resumen no puedo pensar que uno de los médicos de cabecera fue mejor que otro. Si agradezco que ambos llegaran en el momento justo y que nos abrieran las puertas para preguntar sin miedo y compartir preocupaciones. Yo les aseguro que aproveché cada momento para atacarlos con interrogantes y hasta llorar un poco. Al final del día los cuidadores necesitamos al médico de cabecera un poco como amigo, psicólogo y maestro.

La relación del cuidador y del médico de cabecera del adulto mayor debe ser directa. El cuidador tiene la responsabilidad de describir cada síntoma y comportamiento de sus padres o cónyuge con detalle. No podemos omitir lo que parece no tener importancia o las situaciones que nos avergüencen.  La franqueza que utilices en la cita médica te ahorrará muchos dolores de cabeza y te aseguro que podrás dormir tranquilo.

La autora es periodista, productora de televisión y editora de la página de Internet migentegrande.com que ofrece consejos para los familiares y cuidadores de adultos mayores en Puerto Rico. Además, construye un directorio digital de servicios de salud y calidad de vida para nuestros ancianos. Busca más información  en Facebook y YouTube como Mi Gente Grande y se parte de esta comunidad de cuidadores. Para más información escribe  a info@migentegrande.com.

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