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Glamaris Valentín Cameron
Migentegrande.com
En cualquier lugar identificamos a los padres sobreprotectores de sus niños pequeños. Vemos al padre como un pulpo resolviendo cada tropezón o duda del chiquillo, sin darle tiempo de pensar por sí mismo. De inmediato le lanzamos una mirada de reprobación y criticamos en silencio que controlan cada detalle de la vida de sus retoños sin importar la edad. Si la situación se desarrolla en el seno de nuestra familia, damos nuestra opinión rápidamente: “muchacha, déjalo llorar, que él no llora sangre”, decimos sin pena. Somos los primeros en tirar la piedra, sin embargo, los cuidadores de adultos mayores como yo, a menudo cometemos el mismo error de sobreproteger a nuestros viejos. La gran diferencia es que pocos lo ven o se dan cuenta de la sobreprotección a los adultos mayores.
El concepto de padres helicópteros fue acuñado en 1969 por el Dr. Haim Ginott en su libro “Entre Padres y Adolescentes”. El doctor explica la descripción de un paciente que sentía que su madre “sobrevolaba cada minuto de su vida”. Como los helicópteros, los padres sobreprotectores llaman la atención de inmediato y miembros de la familia o maestros hacen lo que pueden para detener esa sobreprotección que limita el desarrollo y la autoestima del pequeño. En el peor de los casos es el propio niño, ya siendo un adulto, quien busca ayuda para aprender las destrezas que no pudo desarrollar debido a que sus padres no le permitieron matricularse en “la escuela de la vida”.
Este exceso de protección también se produce con nuestros adultos mayores. Aquí el problema afecta la independencia y movilidad de nuestros viejos. Por ejemplo, algunos hijos les “prohibimos” a nuestros padres guiar, sin darnos cuenta que nosotros no tenemos el tiempo para llevarlos a socializar. El resultado es, un adulto mayor aislado de sus amigos y deprimido. Otro error que cometemos es prepararle los alimentos aunque ellos puedan hacerlo. Con nuestras acciones evitamos que ellos disfruten el placer de hacer un sándwich y comerlo, sin esperar por nadie. Hay otros ejemplos más graves que limitan la movilidad del adulto mayor y todos sabemos que “lo que no se usa se atrofia”. Por eso papi adoraba subir escaleras, siempre que podía, aunque se tardara una eternidad.
Un error con el que tuvimos que luchar en mi casa nos sucedió cuando mi padre comenzó a mostrar síntomas de disfagia. La disfagia es la dificultad de tragar los alimentos, en su caso estaba relacionado a la enfermedad de los cuerpos de Lewy (condición con síntomas de Párkinson y Alzheimer). Al mismo tiempo, la ansiedad y pérdida de memoria que provoca la condición hacía que papi comiera demasiado rápido, y para colmo minutos después olvidaba que había comido. Por instrucciones del médico debía comer con supervisión. Mami comenzó a darle la comida en la boca para que no se ahogara, aún cuando él podía mover sus brazos y manos. Yo temía que papi perdiera el movimiento de sus manos y le recordaba a mami todo el tiempo que lo dejara manejar los cubiertos y el plato. Ahí comenzó la lucha.
Parece fácil, pero no lo es. En lugar de darle la comida en la boca, nos sentábamos a su lado y le pedíamos una y otra vez que comiera despacio o que seleccionara pedazos de comida más pequeños. Algunas veces nos hacía caso, otras nos ignoraba y nos obligaba a retirar el plato de comida para que no se ahogara. Esta situación frustraba muchísimo al paciente y nos llenaba de tristeza a los cuidadores. Incluso, su médico nos recomendó una cuchara que controla la cantidad de comida. Pero la cuchara no controlaba la velocidad con la que papi se llenaba la boca y terminamos peor que al principio.
Lo único que nos dio resultado fue mantener las porciones del plato controladas. Cuando le servíamos la comida, nos sentábamos con papi y rotábamos el plato de manera que se tardara en seleccionar los bocados que recogía con la cuchara. El sacrificio dio resultado. Papi mantuvo movimientos de brazos y manos hasta muy avanzada la enfermedad. Podía sostener y meterse a la boca una paleta de fruta, rememorando sabores de la infancia. Yo, como cuidadora adoraba el olor a dulce y la facilidad con la que papi subía su brazo con la paletita en mano. Con esas mismas manos nos llamaba la atención o respondía a nuestras caricias.
El esfuerzo de permitirle que comiera con sus manos era más complicado y lento que darle la comida en la boca. Pero valió la pena, una pequeña independencia para el adulto mayor, una gran satisfacción para la familia.
La autora es periodista, productora de televisión y editora de la página de Internet migentegrande.com que ofrece consejos para los familiares y cuidadores de adultos mayores en Puerto Rico. Además, construye un directorio digital de servicios de salud y calidad de vida para nuestros ancianos. Busca más información en Facebook y YouTube como Mi Gente Grande y se parte de esta comunidad de cuidadores. Para más información escribe a info@migentegrande.com.
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